02.09.07

De pronto, a dios sabe qué hora de la noche, me encuentro en un lugar desconocido. Hasta hace un momento estaba oyendo la voz de alguien, y de pronto todo es silencio. ¡Se han ido! Intento levantarme, tratando de salir de allí, y me golpeo con algo en la cabeza. Han tirado algo encima de mí, pienso. De algún modo, intuyo que estoy solo en plena noche a kilómetros del apartamento. ¿Cómo he acabado aquí? Los ojos abiertos de par en par, pero sin ver nada, palpando, salgo de debajo de aquella cosa, y subo a una superficie llana. Completamente erguido, me quedo unos minutos escuchando y tratando de penetrar la oscuridad. No hay luna, tampoco veo las estrellas, debe de estar nublado, aunque delante de mí, por encima, veo un borde y una zona algo más clara. Llamo en voz alta, pero nadie contesta. Silencio absoluto. Permanezco callado, con la sangre pulsando en los oídos, evaluando la situación con una creciente desesperación, y por fin me decido a palpar alrededor, pensando en salir de lo que parece ser un agujero en el terreno, y volver andando a algún sitio reconocible, aunque sea a tientas por en medio del desierto. Toco una pared lisa a mi derecha, y con infinita opresión, otra sobre mí, cerrando la salida hacia arriba. Por eso no veo nada, claro, estoy a cubierto.

Poco a poco, como si el contacto de las manos con algo sólido me hubiese hecho volver a la realidad, me he dado cuenta de donde estaba y he reconstruido el entorno y el recorrido. De la cama inferior de la litera, a la mesa adyacente, tratando de escapar de una situación creada por mi mente. Las manos palpando la pared y el techo, y delante de mí, la forma de la ventana. He sentido un alivio inmenso unido a un asombro no menor. ¿Qué diablos…? ¿Sonámbulo, yo? ¡Sonámbulo! El colmo ha sido cuando me he dado cuenta de que no sólo estaba de pie sobre la mesa, sino que tenía ambos pies cómodamente plantados sobre la tapa cerrada mi propio ordenador portátil. Sin más, me he bajado de un bote, he vuelto a la cama, y he seguido durmiendo.

El despertador ha sonado a las 5:55, pero ha pasado media hora hasta que, de un bote, he saltado de la cama. ¡El viaje! Me he vestido rápidamente y he comenzado a empaquetar las cosas. A las 6:40 me ha llamado Isra, preguntando por dónde se entraba a los apartamentos, y minutos después entraba con Fran en my home, comentando que ahora sí que se creía todo lo que les había dicho sobre lo cutre que era aquello. Me he reído un rato de ellos por aparecer una hora antes de lo hablado (¡una hora menos en Canarias! xD), mira que les dije ayer que cambiaran todos los relojes…

A las 7, tras haberme ayudado un poco a recoger todas mis cosas, nos hemos ido a desayunar, ellos al buffet del hotel, y yo al buff (sin et) del comedor de servicio. Tras dos napolitanas de chocolate, un croissant, dos bollos, tres o cuatro panecillos y dos vasos y medio de leche, he vuelto corriendo, y nos hemos ido a repostar y a comprar cinchas para atar la tabla al coche sin baca ni nada. Al final, con dos gomas de portaequipajes de bici y varias vueltas de cinta marrón de embalaje, la tabla ha quedado perfectamente fijada, y a las 8:30 salíamos para el aeropuerto.

Al llegar y tratar de facturar (temiendo que me clavaran los ciento y pico euros de transporte de material de windsurf, o con suerte, los 80 de surf), me dice la chica del mostrador que hay aviso de overbooking y que tenemos que esperar 10 min a ver si hay plazas libres. Los dos o tres que habían allí comienzan a protestar, y yo me espero tranquilamente, pensando en toda la gente he conocido que perdió un vuelo en su día y que lleva desde entonces viviendo en esta isla succionadora, avara de habitantes.

Al final, tras disculparse por las molestias, han facturado nuestros equipajes, y posiblemente para compensar el desaguisado con un detalle amable, la chica, sin decir nada, ha pegado la etiqueta en la tabla y nos ha guiado hasta la entrada de equipaje especial. Ni un euro. No nos lo podíamos creer. Al pasar la tabla por el escáner, he observado que en la pantalla se veía perfectamente la tabla, con los footstraps y la aleta a su lado, y como estaba de muy buen humor, le he comentado espontáneamente al hombre algo sobre la sorprendente fidelidad de la imagen. Al ver nuestro interés, se ha puesto a manipular el escáner y nos ha hecho una demostración impresionante de rayos X, variando la profundidad de visión desde el embalaje hasta la pintura, los pads, y más adentro, los tacos de los footstraps, la fibra, el relleno de espuma… Me ha venido de perlas para comprobar el estado interno de la tabla, y si tenía alguna reparación oculta.

Y luego, a toda prisa, sin tiempo a pensar, el control, el embarque, el asiento, el avión elevándose desde la pista. La costa, y el mar, sólo el mar, hasta que el blanco de las nubes ha cegado las ventanas.

Se acabó Fuerteventura, pienso. Quizás algún día, cumpliendo las confiadas afirmaciones de algunos, regrese como tantos otros han regresado año tras año. Y es que la vida en esta isla, para los que se quedan, es prácticamente eso: un permanecer mientras otros vienen, se van, y vuelven a venir.

Y yo, si decido volver, tengo ya una oferta de trabajo, y gente que me recibirá con los brazos abiertos y me volverá a ofrecer su desierto, su mar y sus alisios.

¡ Fuerteventura! Fuerteventura, un nombre a la altura del lugar, casi hecho de roca y viento, de fresco azul y ardiente color pardo.

Fuerteventura. Un sueño cumplido.

¿Cuál será el siguiente?

Por toda respuesta, las nubes se abren y el sol vuelve a entrar por la ventanilla, ahora sobre un blando mar de niebla. A gusto con el mundo, cierro los ojos y me entrego al sueño. A otro sueño.

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