Bueno… No sé hasta qué punto va a funcionar lo del blog-diario. Aquí las cosas son de tal forma que ponerse a escribir es lo último que se le ocurriría a cualquiera, e incluso llevar la cámara encima resulta engorroso, por no mencionar el tema de conectarse a internet, algo más complicado de lo que preveía.
El viaje contado a full speed:
A las 11:45 salió el avión de Alicante, y llegó un rato [pausa del autor para matar un mosquito en pleno vuelo] un rato después, decía, no recuerdo cuánto, a Madrid. 5 horitas de espera por la T2, había puntos Wi-Fi pero por ahorrar peso en el equipaje de mano, el alimentador del portátil estaba en la maleta, cambiando de avión, así que nada. Aburrimiento puro y duro. Por fin, con una hora de retraso, salió el avión hacia Fuerteventura. A las 20:00, hora canaria, estaba saliendo del aeropuerto. Llamada a Rafa, y un rato después subía en la guagua (autobús, ni más ni menos) hasta Puerto del Rosario, a donde llegaba justo a tiempo de perder el otro autobús hacia Costa Calma. Tras otras dos horas de espera, a las 22:30, y una más (y pico) de viaje, acabé en un cruce a un par de km del Pro Center, en medio de la noche en el desierto, con una maleta de 16,3 Kg y una mochila de varias toneladas. Me falta mencionar una conversación telefónica surrealista con otro practicante y con el “jefazo” del Pro Center, que me dijo (en alemán, por ponérmelo fácil) que me bajara andando y que el apartamento estaba “por ahí al llegar a la izquierda, el número 19, ahí deberías poder dormir”. Así que tiré hacia abajo, rodeado de chavales medio borrachos que se dirigían hacia la carpa de fiestas de la World Cup, y una vez frente al hotel, tras varias vueltas buscando los apartamentos en cuestión, tuve que hacer otra llamada a Rafa para acabar entrando en una edificación oscura en la cual una sombra bastante amable me dejó frente a otra sombra que resultó ser la puerta del apartamento 19-donde-viven-todos-los-practicantes y donde, más mal que bien, acabé instalado.
Cuando entré recibí lo que se llama una primera impresión. Imaginaos un piso de estudiantes, sumadle el sufijo “que llevasen 7 días de marcha”, restadle 30 m2 y cambiad “estudiantes” por “surferos” que por si no lo sabéis, es igual pero mucho más cutre. No problem, estoy en Fuerte, el resto qué importa. Bajé la maleta y demás trastos que había en la única litera libre, le puse mis sábanas limpias (bendita la hora en que las metí en la maleta) y me puse en posición de dormir.
Esa noche creo que logré entrar en el mundo de los sueños un par de horas, porque estaban todos de fiesta y a cada rato aparecía alguno, encendía la luz, gritaba cuatro cosas en alemán, inglés o español y se tiraba por fin en alguna cama convenientemente despellejada a tal efecto.
En fin... No es que esperara que fueran a recogerme al aeropuerto, pero llegar casi a la una de la madrugada y encontrarme con que la mayoría de la gente ni sabía que llegaba ese día, que no había una cama lista ni la más mínima información, deja bastante que desear. La recepción no es algo en lo que destaquen aquí, por lo visto.
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